
Hace unos días vi un tweet de Fernando Bonete (@en_bookle) en el que comentaba que realizando cuarenta y cinco minutos de lectura al día, se podían leer entre dos y tres libros al mes.
Este cálculo me llamó mucho la atención y me hizo recordar mi viaje lector y cómo en algunas épocas de mi vida he devorado libro tras libro, mientras que en otras (por suerte mucho más breves) parecía que los libros me dieran alergia. Bienvenidos pues, a mi viaje lector.
Cuando era pequeña, leía mucho. De hecho, leía tanto que a menudo mis padres tenían que esconderme los libros para que hiciera otras cosas. Me recuerdo leyendo los libros de Teo, Pau y Laia, y Kika Superbruja. También me encantaban todas las publicaciones de El Barco de Vapor y el hecho de que organizaran los libros por series según su dificultad. Era como un reto.
Además, por lo general, entre mis regalos de cumpleaños o de Navidad siempre había libros. También acudía regularmente a la biblioteca. ¿Un lugar donde podía coger todos los libros gratis que quisiera? Ese era mi templo, mi parque de atracciones. Actualmente sigo sin entender cómo puede haber personas adultas que no tengan carné de biblioteca. No me entra en la cabeza.
Creo que la primera saga que me enganchó fue Molly Moon, ya que aunque Harry Potter era popular, la primera película me había asustado tanto que no me atrevía a abrir los libros del chico de la cicatriz en la frente. Sin embargo, llegó un día en que los libros de Molly Moon se terminaron y decidí darle una nueva oportunidad a Harry Potter. Me leí los libros del tirón. ¿El problema? Que el último solo lo habían publicado en inglés y la traducción aún no estaba disponible. De todas formas, aunque tuviera solo doce años, yo estaba convencida de que podía leérmelo en inglés porque me moría de ganas de saber cómo terminaba la saga. Mis padres, en cambio, no estaban tan convencidos, así que urdí un plan. Una tarde, mi madre y yo fuimos a la biblioteca. Unas semanas antes yo había visto que, detrás del mostrador de la segunda planta, tenían los libros en inglés y, entre estos, estaba el último de Harry Potter. Como yo era hipertímida, me armé de valor y le pedí el libro a la bibliotecaria. Para mí era como si estuviera pidiéndole un libro de la sección prohibida. Cuando me lo dio me leí el primer capítulo. Luego se lo resumí a mi madre para demostrarle que lo había entendido. Unos días más tarde, me lo compraron y, aunque mi primera intención fue traducirlo al español yo misma, pronto desistí del intento y me dediqué simplemente a leerlo y disfrutarlo.
Después de Harry Potter, llegaron los libros de Eragon y aunque los primeros libros me gustaron, cuando vi que la historia se alejaba demasiado de lo que yo había imaginado en mi cabeza, dejó de interesarme.
Sin embargo, la saga que más me marcó fue Memorias de Idhún. Ni siquiera sé cuántas veces he leído esos libros. Esa saga, además, me abrió las puertas a un tipo de literatura que yo no conocía: la romántica, ya que aunque la trilogía pertenece al género fantástico, la historia de Jack, Kirtash y Victoria me pareció maravillosa. Aunque en esa época yo tenía algunos ídolos musicales, Laura Gallego se convirtió también en una referente, en alguien en quien a mí me gustaría convertirme. Siempre me había gustado escribir, pero con Laura Gallego descubrí que ser escritora era algo posible.
Después vinieron otras sagas como por ejemplo Crepúsculo, Los Juegos del Hambre o Cazadores de Sombras. Hice un par de amigas a las que les gustaba leer e intercambiábamos libros e impresiones. También, poco a poco, empecé a leer libros fuera del ámbito juvenil, como la saga Millenium, La sombra del viento y algunos clásicos españoles y catalanes como Mar i Cel, La Celestina, La Vida es Sueño, Tormento…
Hubo un momento, sin embargo, en el que dejé de leer por dos razones. En primer lugar, me enfadé con los libros y con el vacío que me generaban cada vez que me terminaba uno. No era justo. Además, estaba claro que mi vida nunca iba a ser tan alucinante como la de los protagonistas de los libros que leía. Envidiaba a los personajes y me costaba asumir que el mundo real no fuera tan fantástico como el imaginario. Además, este berrinche me coincidió con el auge de los móviles y de las redes sociales. El hecho de tener acceso constante a internet, hacía que dedicara mi tiempo libre a Twitter y Facebook en vez de a leer. Tal vez conseguía leerme un libro por año, pero muchas veces ni siquiera eso. Ya no leía en el tren o antes de dormir: miraba el teléfono.
Aunque no me culpo por ese período oscuro sin libros, no me gustaría que se repitiera y desde hace unos años intento leerme, como mínimo, tres o cuatro libros por mes. Ahora vuelvo a pedir libros como regalos y me aseguro de llevar como mínimo uno siempre encima. Leo en la playa, en la piscina, en el transporte público, en casa y sobre todo antes de dormir. La verdad es que prefiero el papel, pero también adoro el Ebook que me regaló mi padre hace años y me parece súperpráctico. Actualmente, leer no me supone ningún esfuerzo si el libro me gusta y me interesa. Lo que me supone un esfuerzo casi sobrehumano (dependiendo de la ocasión) es dejar de hacer scroll en el móvil y abrir el libro.
Por eso muchas veces intento dejar el maldito teléfono lejos, en silencio o en modo avión. También, hace unos meses en un momento de impulsividad, opté por comprarme un dumbphone, pero lo usé una semana y lo guardé en un armario. De todas formas, no descarto volver a utilizarlo, ya que creo que tenemos un problema a nivel social con los móviles y es que aunque pueden resultar muy útiles en ciertas ocasiones, no debemos olvidar que son adictivos y que están diseñados para robarnos tiempo, tiempo que podríamos dedicar a seguir leyendo.
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